... Destilé recuerdos y extraje su esencia en deseo para pedirsélo a alguna perseida.
Pero...
la lluvia no fue de estrellas.
Perseo me negó su mano y el firmamento se ennubleció
cuajándose de llanto;
ululaba el viento como un tropel de caballos
vaciando nubes y llenando charcos.
Ayer volvió a bordar la tormenta... la noche y la madrugada
con hilos de oscuros miedos y puntadas de frías aguas.
El cielo se vistió de rayos,
de líneas de espejos que cortaban...
y los truenos eran tan agudos
que mi sentido quería huir,
conmigo,
y ser parte de la nada.
¡Tormenta!
Lóbrega dama!
Haces que se reclame
ámparo y alguna palabra
en la guarida de unos brazos
aunque sean, ambas cosas,
calladas y a distancia.
¡Tormenta!
Recodo de caricia difusa y extrañada
por no ser sentida en la piel,
sólo en la roncacidad de la garganta.
¡Tormenta!
Por mi ventana cuelas trozos de órbitas,
de nudos de naufragios, de destemplanza
y me acurruco en momentos bebidos
entre suspiros quietos y pálidas moradas
con la mirada fija en ti
y la memoria... semi-apagada.
¡Tormenta!
Me haces viviendo... morir,
soñando en el espacio del padecer,
y vuelvo a sentirme niña...
sabiéndome mujer.