sábado, 4 de agosto de 2012

Tanto...

Se me enredaron las letras con los números; tan femeninas ellas, tan neutros ellos...
y se me enredan los sueños con el escarmiento; tantos participios, tanto gerundio.
Tanto. Tanto enredo no me permite escribir.
Huyó la musa de mi piel y las palabras huyeron de mi voz... exudando silencio.
Se tomaron unas vacaciones -transitorias-, imagino.
Volverán. Volverán candeciosas como una melodía, estoy segura... cuando puedan, otra vez, robarle luceros al cielo para esconderlos en los arietes de la luna y retocen, de nuevo, en las olas del mar bajo la luz de algún faro que alumbre a cualquier crepúsculo olvidado... en la penumbra de alguna playa en alguna media noche.
Lo espero, al menos.
Se me hace necesario ése olor temprano y ése sabor a sal que tiene el espíritu del agua para poder continuar.
(Espero tanto de este inciso no programado...)

miércoles, 1 de agosto de 2012

Entre la fábula y la realidad...

La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante.

Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro al agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola.

Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate.

La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas.


De los Cuentos de Abelardo Castillo.