Tú que sabes cuando da comienzo mi noche
y en que esquina el viento me aína.
Cuando, escatimando, se me cae el aire
y cuando a mis ojos no les anida el día...
Tú que lo sabes... destíñeme en tonos blancos
éste color niebla de mi cuerpo nublado.
Anégame de las nieves de tu boca
y cálame en mis desparramadas sombras.
Úrdeme en las eclosiones de tus dedos;
truécame en estameña, tú que lo sabes,
entre las hebras de sueños invocados
tanto sean durmientes como desvelados.
Dibújame, tú que lo sabes, luna llena
en tu atezado pecho, en la planicie de tu espalda.
Sujétame, llévame y tenme contigo
desde las alboradas hasta las alboradas.