Aún diviso, sin mirar,
espaldas frente a frente,
el rastro de su sombra.
-Ya se va-
Tenía que haberle dicho que
el inmenso deseo de que mi voz
se alíe con su aliento
se transforma en una añoranza más,
pero... que
a diferencia de las anteriores,
en ésta,
la fragilidad me ha poseído
en forma de cascada ambulante
e inunda cada una de las letras
de mi cuaderno,
de dos rayas,
con caligrafía de párvula.
Y, también, que
las gaviotas que cada tarde
me avistan
son iconos imparables
que se llevan mis anhelos
a una bahía sin nadie
y en su vacío dejan nada.
¿Nada?
Nada... no.
Depositan mutismo
en el escaso aire...
trocando la playa
en la que sobrevivo
en sal, sangre y brea,
a la intemperie
sin agua, sin brisa, sin arena,
ni hueco en el que guardarme
y que,
como una cicatriz alcoholizada,
eso,
... escuece y arde.
Quería decírselo,
pero no le dije nada.
Mi confesión,
como tantas veces,
hecha un nódulo,
en la memoria,
no estaba presente.