viernes, 7 de octubre de 2011

Buenos días, tristeza...


Llueven pétalos de sal.

Se despierta con ése leve groar que se produce al llegar las gotas al suelo.
Se va desperezando y piensa: -"Comenzaré a escribir bajo la lluvia, con las trizas de los pétalos y sin rima".-
La tierra está seca y rezuma olor a pesadumbre.
Se asoma al minúsculo ventanuco del zaguán, próximo al periférico exterior; una de las piezas de su mundo pequeño. 
Observa como entre halófilas una calandria, algo descolorida, entona un trino taciturno e inquieto.
Como un rito... será la única cadencia que tendrán sus letras.
Mirando al cielo sus ojos se bañan en los plomizos colores que se reflectan... dándole los buenos días a la tristeza.
Hunde sus manos en el eje vertical del tiempo, estrangulando su premura y exprimiendo la remembranza de cada una de las letras del nombre de él, y... su voz se mitiga, volviéndose ayer.
El ayer de lo inexistente, de lo no real y sin olvido... por no haber sabido vivirlo.
Pensativa... deja la página a un lado, con pocos trazos, casi en blanco.
Volverá a escribir cuando amanezca.
Cuando sienta que no sabe dónde comienza la boca de él y dónde termina la de ella.
Cuando no aprecie de qué tono es la piel de sus manos por el entrelazo de los dedos bicoloreados.
Y... cuando la calandria deje de piar y levante su vuelo.
Si ello no llega a acontecer, se convertirá en coleccionista de nostalgias y recuerdos quiméricos, guardados en el utópico vasar de su paladar y en los vestigios del descamisado tiempo... donde morarán y llorarán sus anhelos.

Buenos días, tristeza.
Llueven pétalos de sal y hoy... el verbo, abstraído, no se conjugará.