A través de la libertad que no poseo
me rindo a los ecos de tu noche;
poblando mis labios de míticos sueños,
sembrando tu boca de ardientes brotes.
Erizada por el volcán de la oscuridad
e incólume ante la lava de su pasividad,
me embriagué del silencio de tu aliento;
silencio sugerente, aliento mortal.
Enterrando mis manos en la deidad de tu pelo
tejiste el destrenzado deseo en mi pecho
desde el esclavo púlpito de la furtiva culpa
hasta la dulce condena del urgente beso.
Benévola fue la llama que nos conturbó
redimiendo, ilícitamente, en un después
a la roja ternura con la que me amaste,
a la blanca pasión con la que te amé.