-Tengo senos grandes para amamantar a muchos hijos e hijas. Tú, Okeré, nunca te reirás de mí ni de mis pechos.
Okeré era amable con Yemanyá y la trataba con respeto. Pero un día llegó tarde a casa. Había bebido mucho vino de palma de dendé.
Yemanyá le dijo:
-Te esperaba y no llegaste. En vez de amor, traes alcohol.
Okeré (borracho) le contestó con irónica carcajada: ¡Mujer pechuda, mira las tetas que tienes!
Yemanyá: Ningún hombre se burla de mí, aunque sea mi marido.
Yemanyá escapó de la cabaña. Llevaba consigo una garrafa con agua sagrada, regalo de su madre. Furioso, Okeré ordenó traerla viva o muerta. Al verse cercada, Yemanyá derramó la poción mágica y al punto nació un río caudaloso que guiaba a la diosa hacia el mar.
Para impedir la fuga de su esposa, Okeré se convirtió en una montaña que detuvo la corriente del río.
Yemanyá se dijo: Ningún hombre me detiene, aunque sea un guerrero poderoso
Yemanyá llamó a su hijo Changó, dios de la luz y la justicia... y Changó lanzó un rayo fulminante. La montaña se partió en dos, como un ñame cuando lo corta el machete.
Rota la montaña, el río siguió su curso. Pero sucedió que Changó vio reflejada en las aguas la sensual belleza de su madre y la persiguió para poseerla.
Yemanyá: Ningún hombre abusa de mí, y menos un hijo mío.
De los senos opulentos de Yemanyá salieron dos fuentes de agua, más copiosas que el mismo río en que la diosa viajaba rumbo al mar.
Así fue como Yemanyá entró en el mar y estableció su reino. La recibieron los caracoles y los peces de mil colores. Y desde sus aguas, la Diosa volvió fecundas a las mujeres de la tierra.
Mucha felicidad a todas las MADRES... extensible a todas las MUJERES (aunque no tengan hijos).
Para mi mami un abrazo mucho más grande de lo que son capaces las palabras de pronunciar.