Se marchó de esa manera que tenía tan estudiada:
Despacio, con un aviso callado.
Alguna vez, aún, le recuerda.
Le recuerda con un falso sosiego, como algo que duda que existiera más allá de su rebelde palpitar.
Como algo que dibujó en un relámpago y que duró lo que tarda una tormenta en estallar y amainar.
Hoy, que está la mañana tranquila, volvió a pasear por su mente como un pariente lejano que hay que recordar de cuando en cuando.
Mañana tendría que llover. (Pero mañana, hoy no).
Un aguacero debería apagar los rescoldos de aquel fuego que la hizo arder de amor cuando creía, equivocadamente, que en algún rato... sólo en algún rato de los que sus veredas se cruzaban, eran dos.
Sólo los dos.
En su soledad vuelve a desnudar al viento, a congelar el aire y a pintar silencios.
No está él, pero sigue estando ella. Viva. Y aunque los susurros callen por si por un casual se oyera su voz... canta. Canta bajito, entonando cualquier melodía que le haga eco a la luz que filtra el día.
Y piensa, abismada:
"Fue como un juego dentro de un cuento. Seguiré guardándolo en el códice del recuerdo."
Le aparta, todo lo que le es posible, de su descanso mañanero para continuar viviendo el día que amaneció soleado e invita a soñar con algo más real, más cercano y verdadero.
Sacó del armario ese vestido que tenía arrinconado por lo estrafalario.
Irá a comprarse unos zapatos y un bolso.
Hoy, como el sol, lucirá de estreno.
Amaneció un Jueves precioso. Tú, que siempre me lees... disfrútalo.
Muá.