Arribaste en mi infiel orilla
con el badaje de la melodía.
Asentaste tu presencia invisible,
callada, al filo del mía.
Derribaste palabras y hechos
entre sueños acabados.
Esperaste a ser percibido
con la serenidad
tronchada en pedazos.
Deshojaste tardanza y ausencia
con la paciencia aniquilada.
Recogiste cada uno de mis latidos,
naufragados,
sin que yo supiera que eran rescatados.
Cortaste la venda que cubría mis ojos;
la seda de la devoción los había cegado.
Aunque muchas veces, todavía,
quisiera tejer ceguera y sordera
tú... ya no me has dejado.
Amigo, gracias por tus desvelos.
Nunca pude imaginar
que un ángel tan desinteresado
me estuviera custodiando.