Todavía piso sobre mis huellas
si creo que merece la pena volver.
Todavía tengo esquejes,
pero ya opto dónde no tolerarles emerger.
Y todavía te aguardé
con aquél poema que no supe escribir.
Y llegaste...
Llegaste con aquella cara de perro pachón
(que no sé por qué se expresa así)
y me guardé las palabras
y, también, las ganas de ti.
Todavía sé jugar al tute,
y silbar y,
aún, querer quererte...
pero muy lejos de mí.