Comienzo a escribir de camino hacia la tierra, a unos 7000 pasos del cielo, alejándome de un sueño.
Entre mástiles los astros de Arda alumbran mi regreso. Iluminan un angar donde desembarcar... pero está lejos, muy lejos.
Es algo similar a un mar de espejos. Desde tanta altura no se vislumbra dónde está el centro.
Perdí el lunario; tampoco quiero saber cuándo emprendí el viaje ni cuántas puestas de sol fueron.
Navego por la niebla pero sin extravío, aunque no sé si la brújula es mía o del viento.
Navego por la niebla pero sin extravío, aunque no sé si la brújula es mía o del viento.
Hay que dejar la noche atrás cuando la cálida tristeza te envuelve... calándote más allá del cuerpo.
Me despojo del lastre de la memoria. De lo que quiero y de lo que no quiero. De mañanas, de atardeceres. Carezco de pensamientos.
Voy a la caza de la nada. La mente sin equipaje, desnuda, sin objetivos previos.
He atravesado el amanecer, poco queda para que el despertar haga el punzante día a mi espíritu preso.
Mi piel de cristal, perezosamente, se descosió de la aspereza de la suya en un fugaz instante del trayecto.
Mi sangre azul dejó de circular por sus áridas arterias; no encuentra desembocadura..., ¿será río eterno o desvivirá antes de serlo?.
Ya no sé si voy ganándole el miedo a la muerte o si, para no temerla, ando buscando argumentos...
Abandonar el vicio de quererle sigue siendo mi asignatura pendiente. ¿Aprobaré en algún momento?.
Ya quedan pocas pulgadas para que se materialice el empedrado pavimento.