martes, 20 de septiembre de 2011

A las cinco y cinco...


Qué niña me volvía
al cantar la tarde.

A las cinco y cinco 
nos encontrábamos.

Se rompía la espera,
se detenía el aire.

Creía que nos queríamos
y dibujaba planes;
las promesas eran
futuros chispeantes.

Yo soldaba sueños...
con estambres.
Tú, mucho más real,
soldabas el momento
y querías solazarle.

Pero el viento deflagró,
y ya no te trajo.
A las cinco y cinco
ya no llegaste.

En un día de lluvia,
de esos en que los besos
saben a tempestad,
te marchaste.

Ahora,
a todas horas hay niebla
en la que mi aliento escribe:
No sé ser yo... sin ti.
Quiero crecer contigo.
¡Vuelve !

Qué vuelvan a ser
sobrenaturales
las cinco y cinco...
de la tarde.