Qué niña me volvía
al cantar la tarde.
A las cinco y cinco
nos encontrábamos.
Se rompía la espera,
se detenía el aire.
Creía que nos queríamos
y dibujaba planes;
las promesas eran
futuros chispeantes.
Yo soldaba sueños...
con estambres.
Tú, mucho más real,
soldabas el momento
y querías solazarle.
Pero el viento deflagró,
y ya no te trajo.
A las cinco y cinco
ya no llegaste.
En un día de lluvia,
de esos en que los besos
saben a tempestad,
te marchaste.
Ahora,
a todas horas hay niebla
en la que mi aliento escribe:
No sé ser yo... sin ti.
Quiero crecer contigo.
¡Vuelve !
Qué vuelvan a ser
sobrenaturales
las cinco y cinco...
de la tarde.