Entre hojas ocres y secas
se ha traspapelado un adagio.
No contenía notas aceradas,
ni de congojas, ni de agonías;
no era frío, no era trágico
no había ausencias, ni mentiras.
No aludía a la negrura de la noche,
ni a la niebla del día,
ni a la tormenta entre montañas,
ni al yugo del mortal rayo,
ni al lamentable granizo,
ni a los copos de nieve que aislan.
Tantas cosas no rebelaba
que la partitura sostenía desdicha;
un pentagrama meramente alineado
que sólo las teclas del piano entendía
y en silencio, en clave muda,
por tan triste vacuidad... gemían.