Se confundió la transparencia de su pasión
con el rocío de la rosas azules en primavera
y su canción, desnuda, se quedó en la orilla,
de aquella playa desierta de oleaje sin fina arena.
Como hizo Alfonsina...
se vistió de mar
con la sal que destilaban sus pupilas
y mirábase detenidamente en el espejo
sobrehilando las sombras de sus dudas.
En la tormenta que embriagaba el abismo
un rayo mutiló el filo del acometido camino
y descosió la vainica que habían bordado sus pasos
encadenándola a la quietud de una vuelta repentina.
Rodaba tal silencio en la noria de aquella noche
que despertó con su revuelo su ya fiel desvelo
enterrando la penitencia de la larga ausencia
en la urna de su, aún, noble y cristalina botella.
Sabía que lo debía de hacer:
calzar su voz de sigilo,
sus pies de detenimiento
y su piel de determinación.
Se le paralizó la respiración al invocarlo.
Se le ahogó, en sangre extraña, el corazón.
Ya la cicatriz no le hería en los labios...
y se le fue desmotivando la indecisión.
Lo postergó en el mañana; ya hallaría el valor.
Nada iba a cambiar... lo sabía.
Sabiéndolo... supo, también,
después,
que no hay nada mas amargo y lamentable
que el invocalizado adiós y el...
"demasiado tarde".